Smart Cities y ciudadanos de otro mundo

El zumbido de la marabunta es cada vez más ensordecedor, una avalancha informativa que crece sin cesar, avalada por múltiples estudios, cientos de miles de opiniones «expertas», iniciativas novedo...

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El zumbido de la marabunta es cada vez más ensordecedor, una avalancha informativa que crece sin cesar, avalada por múltiples estudios, cientos de miles de opiniones «expertas», iniciativas novedosas que surgen como setas en el lugar más recóndito del mundo.

La información crece a un ritmo vertiginoso, «en el año 2020 habrá no se cuanto millones de dispositivos conectados, no se cuantos cientos de smartcities en el mundo…”

A la sombra del concepto «Smart Cities» y sus conceptos hermanos «IoT «M2M» «BigData» corren ríos de caracteres por la red, hay una fiebre informativa descontrolada que se extiende como una plaga, alimentada y retroalimentada con multitud de congresos, eventos, jornadas, charlas, coloquios, entre ingenieros, alcaldes, ministros, directores de comunicación, consultores tecnológicos, etc….

Pero entre el fuego cruzado de teorías, contrateorías, artículos de opinión, tuits y retuits, todavía nadie parece haber formulado la pregunta clave: ¿Que pensaría un extraterrestre del fenómenos Smart Cities si llegara ahora mismo a la tierra?

Suele ocurrir cuando uno se encuentra embebido en una vorágine o arrastrado por una vorágine o arrastrado por una corriente de fuerza tan devastadora que le resulta difícil realizar un diagnóstico preciso cuanto menos diáfano de esa situación en la que se encuentra. Así que el advenimiento de un ser de otro planeta dotado de gran inteligencia y ajeno a la contaminación y saturación mediática que sufrimos los terrícolas podría suponer un punto de vista interesante o al menos aportaría algo de aire fresco al panorama de las Smart Cities.

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Para empezar quizá se diera cuenta de que las etiquetas con las que parece que disfrutamos tanto los humanos, en todas sus versiones, originales (inglés americano), traducidas o acrónimos varios, no son más que eso, etiquetas, quizá útiles en el origen del fenómeno pero que con el paso tiempo pierden el sentido, llegando incluso a pervertir el propio fenómeno. Llevándolo al extremo filosófico (que quizá sólo una mente superior extraterrestre puede plantear) ¿que es más importante el ser o el hacer? ¿la realidad física de verdad de la buena, o la virtual? ¿ser o parecer que eres? ¿ser algo o estar en la onda de algo?

La realidad es que la tecnología viene transformando el mundo desde hace cientos, incluso miles de años (el alcantarillado romano no analizaba datos en tiempo real pero suponía un avance tecnológico que mejoraba la vida de los ciudadanos), la única diferencia es que ahora se puede hacer de manera más rápida o digámoslo más eficiente, por esa capacidad de análisis de información selectiva. Y no nos engañemos, eso es bueno para las empresas tecnológicas o las industriales por que les proporcionan un ámbito en el que desarrollarse; para las instituciones públicas o gobiernos por que les recubre de una doble pátina, una de servicio al ciudadano y otra de «compromiso con la sostenibilidad», y claro, se supone que también es beneficioso para los ciudadanos o al menos para gran parte de ellos.

Quizá también se diera cuenta de que en este febril proceso de etiquetado tendemos a generalizar o mejor dicho a globalizar (otra etiqueta) la cuestión: Sí, hemos hecho ya esfuerzos impresionantes de iniciativas de ciudades inteligentes, pero no son más que soluciones puntuales y las fuerzas vivas del mundo Smart claman al unísono: «¿Cuándo veremos a gran escala, las implementaciones multi-disciplinares?»…

New-York

Bien es cierto que debemos tender a una estandarización y hacia un modelo común en lo que respecta a metodología, tecnología, y maneras de utilización de la misma, pero ante semejante pregunta nuestro extraterrestre de cerebro megadesarrollado y visión mundial periférica probablemente diría que no hay un sólo modelo universal, por la sencilla razón de que cada ciudad es un mundo: ¿Qué tiene que ver Medellín, con Londres o con cualquiera de las 100 ciudades inteligentes que tiene «programadas» el gobierno indio? Poco, mas allá de que son lugares en los que se han juntado personas para vivir. De este modo, ese modelo de planificación o implementación de Smart City tan demandado no existe, ni existirá jamás. Lo más «inteligente» será que dejemos de preocuparnos por la definición de una ciudad inteligente de manera integral y que cada ciudad cree su propia métrica de «ciudad inteligente» bajo los unos estándares tecnológicos comunes. Así, habrá algunas ciudades que se centrarán en la telemedicina, como otras en la seguridad ciudadana u otras en la gestión del tráfico. Cada ciudad deberá hacer su propia determinación, tratar de meter a todas en el mismo saco no es más que una merma para el propio proceso.

¿Cómo recibiríamos los actores del proceso un dictamen de un ser superior ciudadano de otro mundo? Pues seguramente que con una catarata de tuits, excusas para plantear nuevas ponencias, jornadas o incluso congresos mundiales, todo muy rápido no vaya a ser que se acabe el mundo o perdamos algún dólar por estar dormidos ante tanta y tan feroz competencia.

El alienígena saldría a toda velocidad de vuelta a su lejano planeta, aburrido y mareado por el ensordecedor «buzz» de las redes sociales, sin entender nada…pero si al menos tuviéramos la tranquilidad o la pausa inteligente de levantar la mirada hacia el cielo, antes de volcarnos a aporrear sin sentido las pantallas de nuestros terminales, hubiéramos podido ver el mensaje que dejaba caer desde su nave supersónica a modo de despedida: Keep calm and Smart City.